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Dinamarca: un paraiso podrido

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POR SARA HØYRUP

Cuando los rupturistas de talante empresarial-corrupto ponen a mi tierra natal como ideal, yo me santiguo. Dinamarca no es para tanto. Y es que desde que uno de los personajes del universo de Juan José Millás dejó ahí aparcadita a su chinita, convencido de que era un lugar ideal, aquello ha adquirido unos tintes que francamente no son de desear.

Llevamos ya tantas generaciones con un Estado de bienestar funcional que creemos en él como si fuera un dios todopoderoso, en vez de contar los unos con los otros y cada uno con nuestros propios recursos. Tanta ayuda estatal ha atenuado los lazos familiares y hecho desaparecer directamente los vecinales. Y mientras una mitad de la población se mata trabajando, la otra mitad vive del cuento.

Porque un Estado de bienestar que va a por todo no sale gratis, y desincentiva la iniciativa y el valerse solo tanto como la solidariedad cotidiana y directo: pagamos 50 % de impuestos para podernos olvidar sin pecar de los prójimos que tenemos por delante.

MAL VISTO TRABAJAR

Los autonomos existimos en una tierra de nadie, perdidos en un sistema que no entiende otra cosa que el tira y afloja entre patronal y trabajador. Está mal visto que las madres solteras trabajemos a más de dos cuadras de casa o fuera de horario escolar: ¿para qué hacer carrera si puedes ir de mendiga, llorando a las repartidoras de la caja común?

La idea tradicional de valerse por sí mismo y dar un buen ejemplo al prole no es un ideal que se estila. Los únicos que questionan este sistema son unos chiflados híperliberales que enlazan su crítica relevante con un machismo trasnochado de gilipollas: aquello de Kinder, Küche, Kirche y que las mujeres soñamos en secreto con gorilas.

Seguramente este delirio machote es una reacción inmaduro al hecho de que desde la rebeldía feminista de los años setenta, los hombres de a bien no levantan cabeza: son tan afeminados que confunden hasta al mejor gay-radar, y tienen tanto miedo a molestar que no se atreven siquiera a ser corteses o simpáticos, ni a mirarte salvo si están borrachos perdidos.

FANTASMA ENTRE INSIVIBLES

Lo cual toma lugar dentro de unas pautas altamente reguladas como lo son las fiestas navideñas en el trabajo: en Dinamarca no saludamos a los vecinos, no nos miramos a los ojos en la calle, y no hablamos con quien no conocemos ya del curre, del cole o del club deportivo, a no ser que es por internet, claro: lo distante es lo nuestro.

Tampoco fraternizamos con quien es de otra generación o lleva una vida distinta de la nuestra: los que tenemos niños hablan con los otros que tienen niños, y los que no con los que no. Todo siempre dentro de unas franjas de edades muy estrechos.

Nuestras vidas giran alrededor de nuestros hijos y no al revés, y sin embargo los niños no están bienvenidos cuando queremos pasarlo bien porque … no sé por qué. No me lo explico.

LA AUTOREALIZACIÓN

La generación del ’68 que tan mal cuidó a sus hijos en su día por lo ocupados que estaban con ellos mismos, tampoco hacen acta de presencia como abuelos porque su proyecto de autorealización es infinita.

Mientras tanto, todas somos cada vez más rubias, más flacas, más perfectas y más malfolladas: mandamos sin cesar, pero no encontramos satisfacción vital. A lo máx lo encontramos corriendo maratones en Nueva York lejos de los hijos. Si nos enamoramos es de objetos, y todos tenemos cocinas recién reformadas aunque la de antes no tenía nada de malo.

De hecho no me explico cómo seguimos procreando allá al Norte, y cuando lo hacemos no tardamos en divorciarnos lo cual lleva al siguiente drama: las riñas por la custodia: tiramos de los niños llamando ambas partes a gritos al Estado para que se ponga a nuestro lado y en contra del examado.

EL GRAN CORAZÓN DEL ESTADO

El Estado por su parte cree amar más y mejor a nuestros hijos que nosotros mismos, y nos insta a los ciudadanos y a los profesionales del sector social, sanitaria, escolar y de guarderías a delatar a quien opinemos no ejerce de padres de la manera danesa correcta.

Hasta se ha creado un sistema para que nos delatemos anónimamente y sin dar la cara, y los servicios sociales están obligados a poner en marcha toda la maquinaria cada vez que alguien maldiga de otro, por muy evidente que sea la mala intención. Ejercen entonces de investigador, fiscal, juez y tribunal de apelación, la carga de pruebas la llevas tú, y si acaban contigo en quatro meses tienes suerte.

SISTEMA DE DELATAR

De todos modos, si te sobran enemigos o los tienes muy tenaces o muy chiflados, la infancia de tus hijos se puede pasar en esto: interrogaciones repentinas al menor en hora escolar, repetidas “reuniones” de los servicios sociales con los padres “para llegar a conocernos”, alarde de la familia incumplidora delante del colegio donde todos se ponen firmes cuando entran los que mandan más: los servicios sociales que de este modo adquieren un papel de policías que mina el papel de soporte que supuestamente tienen.

Los inmigrantes viven aterrados a que les quiten los críos; hasta los españoles que viven en Dinamarca tienen miedo a que los vecinos malinterpreten sus fuertes voces y el hecho de que se atreven a educar a sus hijos (otro costumbre tradicionalista que ha caído en desuso en mi tierra).

Las exparejas utilizan esta arma en sus guerras de trinchera, ¿cómo no si está a su disposición y no se castigan las falsas denuncias?, y cualquiera con ganas de molestar campa a sus anchas dentro de este sistema de “proteccion del menor”.

Donde España tenía a su sistema dictatorial y los países comunistas a sus servicios secretos, en Escandinavia tenemos a los servicios sociales para ponernos negros los unos a otros: a fin de efecto da igual si la acusación ante una autoridad que no otorga derechos jurídicos al acusado rece de que el otro sea rojo, contrarrevolucionario o mala madre: le jodes la vida.

LOS ANTIMIGRANTES

Y luego tenemos predicando en los medios de comunicación a nuestras pastoras de extrema derecha: hijas de pastores protestantes de nuestras costas occidentales que van de mujeres fuertes cuando en realidad son soldaditas mandadas por papá. Suscitan –en conjunto con los perdedores de la globalización– el odio a los refugiados y los inmigrantes a quienes llaman unos acomodados que tan sólo vienen para aprovecharse del sistema.

Porque en Dinamarca los únicos necesitados se supone que son daneses, y en Dinamarca creemos de pies juntillos que todo el mundo planea venir a nuestro inigualable país cuando en realidad muchos refugiados acaban ahí por error o porque vamos cerrando fronteras en Europa, o porque ya no hay vuelta atrás cuando estás en un campo de refugiados sin papeles para documentar quien eres.

El cristianismo de ese color no gusta de colores. Y no sólo tenemos una iglesia ligada al Estado, sino para colmo se dicta por parte del Gobierno que todos somos cristianos aunque en realidad somos ateos desde los tiempos de mi abuela; pero como los inmigrantes musulmanes conservan algo más de fé, y no se atreven todavía a dejar de practicar, no queremos estar de menos.

Desde luego el país es nuestro, ¡que no vengan con sus mezquitas y sus pañuelos! Culturalmente nunca nos liberamos del pasado según esta lógica de derecha. Y una porra: yo por una crecí en casa comunista y son éstas mis raices (con las que luego yo hago lo que me de la santa gana).

LA COMUNICACIÓN OFICIAL

Y aún no les he hablado de Forældreintra y Ebox: en éste nos perdemos la vida intentando cumplir con nuestros infinitos deberes ciudadanos de papeleo por vía electrónica: prefiero al nada querido funcionariado de España antes que a un sistema tan malfuncional, desprovisto de personal humano y que siempre me escribe a deshora: siempre en mis horas libres en las que no quiero pensar en lo que me tiene que decir el gran Estado y su multitud de pequeños empleados.

En el otro discutimos los padres del cole hasta sangrar las formas correctas para celebrar los cumpleaños de los niños, mientras nos hacemos sordos y ciegos ante todo tema pedagógico o de más alcance: “si tanto opinas, puedes traer tu hijo al privado”, como me escupió otra madre en pleno ante los aplausos entusiastas del directorado de un cole público.

Y es que en Dinamarca con el cierre de los ochenta cancelamos todo debate social más allá del musulmanes sí o no y el cómo repartimos el bacalao, porque ya creamos la sociedad ideal, ¿a que sí?

Sara Høyrup es intérprete e Hispanista, y migrante circular recién llegada a Barcelona por segunda vez

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