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¿Adónde iremos a parar?

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ANÁLISIS – La fractura social en Cataluña es real, por mucho que lo niegan quienes la han causada, con lo que el escritor Jordi Amat llama ”la conjura de los irresponsables”[i]. Tal estado de las cosas ha tentado a una prensa ya politizada a meterse del todo en las trincheras, y a la gente a instalarse en cámaras de eco.

POR SARA HØYRUP

En las redes sociales, la gente debate política como tal vez no haya hecho desde la Transición, y anteriormente en tiempos de la Segunda República. Sería alentadora tanta implicación ciudadana en la vida política del país (y yo cuando digo país me refiero a España), si no fuera porque vivimos en sendas realidades construidas sin capacidad de entendernos. En cuanto a la profesión periodística, sufre tanto el descrédito que resulta de su partidismo, como la falta total de modelos de negocio viables

Los medios de comunicación públicos de Cataluña son utilizados por el poder regional para impartir una propaganda que poco tiene que ver con la convivencia o la representatividad. Mientras por parte del nacionalismo periférico se producen listas blancas y negras, dividiendo a la población en buenos patriotas contra botiflers mano a mano con supuestos ”fachas” (quiérase decir lo que fuera ese término poco riguroso), el servicio público de la información sirve tan sólo a la mitad de la población.

Nada de esto es sostenible.

Crisis de credibilidad

La fuerte politización de la prensa pública catalana refuerza la crisis digital de los medios tradicionales. Si ésta afecta al mundo entero, y nadie tiene respuestas convincentes para contrarrestarlo, la crisis de credibilidad concreta de lo que la mitad antiprocesista percibe como ”prensa de régimen” empuja a muchos ciudadanos a buscar otras vías informativas. Y son digitales.

Acaban en los brazos de un blog antiseparatista como Dolça Catalunya que combina su rebeldía liberadora con un talante xenófobo, una cansina campaña contral el Gobierno socialista en Madrid, y una nostalgia muy problemática. Canales como éste arriesga arrastrar una parte sustancial del unionismo hacia posturas de extrema derecha, que no tenían antes de verse cara a cara con un procés que desdeña sus derechos como ciudadanos, insulta a sus procedencias y les despierta un patriotismo español que antes no necesitaban ni sentían.

Los lectores son bien conscientes de que un blog de este talante tiene un fuerte sesgo; lo sé porque se les he preguntado[ii]. Pero necesitan canales abiertamente antisecesionistas para aguantar la situación política y social en una región que sienten cada vez menos suya. Siendo digital tiene incluso las ventajas de ser a la vez discreto y accesible:                                                             

Hace unos años, me contó un amigo que leía a escondidas El derecho a delirar (un año en el manicomio catalán) de Ramón de España. Lo digital lo lees hasta en el metro sin que nadie se entera. Es, además, mucho más accesible que la prensa españolista de derechas cuyas versiones en papel apenas se venden en Cataluña donde la presión social no es leve.

Sin solución

Igual de irresoluble como la enquistada crisis catalana resulta ser la million dollar question que se pregunta el gremio entero por el mundo mundial: ¿cómo vamos a vivir del periodismo ahora y en el futuro?

Nadie lo sabe. Se pone como ejemplo los países nórdicos como sitios donde los lectores son dispuestos a pagar, pero además de su situación particular –mercados pequeños con lenguas limitadas– es una quimera. Las suscripciones tampoco funcionan en los ricos Estados de Bienestar con los que sueña el Sur.

Y es que es de lógica: ¿a quién le agrada ser interrumpido en la lectura para sacar el monedero? ¿A quien le falta información si apenas podemos movernos sin que nos lo metan, estilo ganso para foie gras?

Dudo mucho que la solución sea hacer el lector pagar; y además presentaría un problema democrático limitar así el acceso a la información en la era de esta misma. Tampoco resulta muy claro que haya formas de retener la finanziación por medio de anuncios; y francamente no es tampoco una solución atractiva. No lo es por razones de acceso a la información sin estorbos fastidiosos (que la gente misma mira de evitar por medio de los cada vez más usados ad blockers), ni lo es si pretendemos conservar –o obtener– una prensa libre de influencias indebidas.

Quien paga, manda

La presión a la prensa puede llegar de muchos lados. En Cataluña, el poder político no se corta a la hora de influenciar a los medios de comunicación: tanto los públicos como los supuestamente privados. Lo que no son subvenciones directas, llega en forma indirecta: campañas publicitarias que ningún ciudadano necesita, y cuya función es asegurar que las riendas las tiene a sus manos la Generalitat.

Esto ha llevado a anhelos unionistas de un renovado 155, y esta vez en una versión que implica la prensa y la educación. Las injusticias en la región son tan graves –y tan descaradas– que provocan una respuesta ciudadana que pide intervención estatal: para tener una prensa pública para todos, así como una escuela bilingüe como sería de lógica en una reunión bilingüe.

Si TV3 y Radio Catalunya quieren seguir financiados por todos, tienen que servir a todos; y no tan sólo a la feligresía nacionalista.

Un mundo feliz

En cuanto al Brave New World de la digitalización del mundo, ofrece posibilidades a la vez que machaca al antiguo modelo de negocio, basado sobre todo en los anuncios. Se puede obtener información y divulgarla con más facilidad. Ya no nos para los pies a los periodistas en ciernes ningún todopoderoso editor; pero tampoco nadie nos paga apenas nada por ejercer nuestro oficio.

Hemos aquí el gran dilema; y no encuentra todavía respuesta dentro del abanico de posibilidades técnicos para ejercer y distribuir un periodismo nuevo. Se puede personalizar el contenido para adeptarlo a las necesidades de cada lector; se puede combinar video y audio y hasta 3D con texto; se puede hacer cosas increíbles y fascinantes.

Pero todo esto requiere de recursos. No está a la mano de todos estos periodistas españoles que, al perder sus plazas en las redacciones de los medios tradicionales, han embarcado en valientes proyectos propios. No sobrevivirán mucho tiempo todos estos microproyectos que tanto tienen que ofrecer. Al periodista en situación precaria le faltará recursos y libertad, calma y creatividad, porque tiene que comer y dar de comer a los suyos.

Lo más urgente es, pues, adivinar por fin cómo se puede monetizar el periodismo en una era donde la consumición del periodismo es gratis. Sin cuadrar este círculo, el periodismo de calidad morirá de hambre.///

[i] Barcelona: Anagrama 2017

[ii] https://www.facebook.com/lahoyrup/posts/10156014571478716?comment_id=10156065445973%20716¬if_id=1545647067507373¬if_t=feed_comment

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